¿Verdaderamente tiene el mundo un problema alimentario? Los países ricos desechan hasta la mitad de sus recursos alimentarios, mientras que, en los países en desarrollo, las pérdidas se deben a la carencia de infraestructuras básicas: el problema no es la falta de alimentos, sino todo lo contrario, su despilfarro. Investigación objetiva y exploración personal, este libro aborda todos los aspectos de una de las cuestiones sociales y medioambientales más acuciantes, y muestra cómo la forma en que vivimos ha generado una crisis global de alimentos y qué podemos hacer para remediarla. Desde Yorkshire hasta China, desde Pakistán hasta Japón, Stuart nos presenta a criadores de cerdos, cultivadores de patatas, freegans, directores de la industria… y, junto a los ejemplos más escandalosos de derroche, soluciones sencillas y alentadoras. “…
Stuart demuestra que si los consumidores, los políticos y las empresas introdujeran sencillos cambios se podría reducir radicalmente el despilfarro. Revela los aspectos más vergonzosos de la cadena de suministro que propician el despilfarro de más de un tercio de la comida en los países ricos, mientras casi mil millones de personas están malnutridas… Stuart sostiene que la comida es un recurso global esencial y que reducir su despilfarro puede tener consecuencias positivas, tanto individualmente como para la economía y la ecología del mundo…
Cada día, mientras se recoge la mesa, muchas madres siguen suspirando eso de "otro día que hemos podido comer". Y las abuelas -las buenas- no se olvidan nunca de repetir a sus nietos que tirar comida es pecado. Sabemos hacerlo. Valorar la comida como se merece está más arraigado en nuestra cultura que la siesta. Por eso Tristam Stuart, gurú del 'todo sirve', es optimista y está convencido de que podemos evitar que se sigan lanzando al contenedor toneladas y toneladas de alimentos.
Su libro, 'Despilfarro' (Alianza Editorial), es todo un compendio de prácticas que harían enrojecer de rabia a quienes aún recuerdan el tacto de las cartillas de racionamiento y que resultan incomprensibles para los mil millones de personas que pasan hambre en el mundo: toneladas de patatas descartadas porque tienen agujeritos, tiendas ecológicas que lanzan alimentos aún comestibles a la papelera, montañas de sobras como consecuencia de la estética de la opulencia en los restaurantes, o los millones de toneladas de peces -algunos en peligro de extinción- descartados porque la especie o el tamaño no son correctos o porque no se ajustan a las cuotas pesqueras de la Unión Europea.
Tardó dos años en escribirlo y toda una vida para recopilar la información de medio mundo -viajando siempre en tren, para evitar la contaminación de los aviones- desde la adolescencia, cuando empezó a alimentar a sus cerdos con las sobras del comedor escolar. Aunque haya crecido (y mucho, es altísimo) tiene la misma cara de niño y el entusiasmo de entonces. Aprovechando la presentación de su libro en Barcelona, ha podido zambullirse en la cultura local: el martes se dio un chapuzón en la playa y, unas horas después, encontró un jamón tirado en la papelera.
Pregunta.- ¿Cómo afecta a un niño hambriento en el cuerno de África que yo tire mi sandwich a la papelera?
Respuesta.- La conexión es complicada pero no por eso menos real. Vivimos en un mercado global. Pongamos el ejemplo del trigo. Mucha gente en el mundo cultiva trigo, pero todos compramos y vendemos trigo en el mercado global. Cuánto compramos depende de cuánto consumimos y cuánto descartamos. Si compramos, como hacemos, millones de toneladas de trigo, hacemos pan y lo tiramos a la basura, lo hacemos cogiéndolo del mismo sitio que esos países y queda menos para ellos.
P.- ¿Y se encarece?
R.- Exacto. en 2008, tuvimos picos muy marcados en los precios del trigo y una de las causas fueron las variaciones drásticas en la demanda de occidente. Para nosotros no era grave pagar un poco más por esa comida en el supermercado, pero para ellos era la diferencia entre poder o no poder alimentar a su familia. Lo que tenemos delante en nuestro platos, en el supermercado... tiene una conexión directa con esa gente.
P.- En el libro hablas de la manera de entender la alimentación en diferentes países, ¿el despilfarro es una cuestión cultural?
R.- Absolutamente. En uno de mis viajes acabé casi por accidente en la provincia autónoma de Xinjiang, en el extremo noroccidental de China. Allí viven los uigures, un pueblo turco. Resultó que para ellos malgastar comida es un tabú. En un restaurante, el chef estaba charlando conmigo cuando, de repente, me miró enfadado porque quedaban tres granos de arroz en el bol y me dijo: "Límpialo". Me explicó que despilfarrar comida es un insulto para el chef, un insulto al granjero que cultiva la comida y un insulto a Alá.
P.- ¿La crisis es una oportunidad para cambiar nuestras costumbres en este sentido?
R.- Puede serlo. Por ejemplo, mira las mejoras que hemos hecho en eficiencia energética. Vivimos una crisis medioambiental, la gente lo sabe y se esfuerza por reducir el consumo energético en sus casas. Invertimos en eso por la crisis pero la eficiencia permanecerá para siempre. Lo mismo puede pasar con la comida. La gente será un poco más cuidadosa por la crisis financiera, pero desde mi punto de vista podemos y debemos valorar la comida no por su precio, sino por lo que representa: la inversión, los recursos, la tierra, el agua, el cuidado de la gente que la produce... Sólo por eso deberíamos disfrutarla, no malgastarla.
El despilfarro frente a nuestras tradiciones
P.- Somos una generación sin guerras ni hambrunas, ¿Eso marca nuestros hábitos con respecto a la comida?
R.- Del todo. La prueba es que no hay tradición en España ni, de hecho, en otros lugares del mundo, de malgastar comida. Y lo que nos esto enseña es que no es muy complicado parar de despilfarrar. Nuestros abuelos lo hicieron, nuestros padres lo hicieron y no hay razón por la que nosotros no podamos continuar valorando los alimentos, estar más conectados con ellos. En términos financieros, si analizas los últimos 50 años, el dinero que se gasta en comida ha bajado de un 20% a un 10% de la economía familiar en muchos países ricos. Podemos pagarla. Pero debemos ser conscientes de los mil millones de personas que pasan hambre en el mundo, la deforestación, la contaminación ambiental que supone producir más y más comida de la necesaria.
P.- Dices que la demanda actual de alimentos es insostenible. ¿Cuánto tiempo podríamos sostener la industria alimentaria a este ritmo?
R.- Las predicciones apuntan a que en 2050 seremos 9.000 millones de personas en el planeta y todo el mundo está muy preocupado por cómo vamos a alimentar a toda esa gente. Pero los estudios demuestran que producimos más del doble de lo que de verdad necesitamos para comer. Si evitamos el despilfarro y somos eficientes en la producción alimentaria tenemos más que suficiente para comer sin explotar más recursos naturales. El mundo tiene toda la comida que necesitamos para vivir, solo necesitamos usarla con más cuidado.
P.- En un capítulo analizas las toneladas de frutas y verduras que se deshechan por no cumplir unos criterios estéticos, aunque en muchos casos las piezas más 'feas' sean las más sabrosas y frescas. ¿Necesitamos una mejor educación sobre agricultura?
R.- Aceptamos que la gente sea diferente en tamaño y forma, pero cuando vamos al supermercado esperamos que todo sea idéntico. Pero en España este no es el mayor problema, porque tenéis un montón de mercados y la gente aquí está más acostumbrada a comprar fruta 'fea'. El problema es de los supermercados. Debemos ir y decirles: "¿Por qué tus tomates parecen iguales? ¿por qué todas tus manzanas son perfectas y con el mismo tamaño? ¿por qué tus patatas parecen pelotas? ¿Dónde están las otras? ¿las has tirado? Yo quiero comprarlas". Si lo decimos lo suficientemente fuerte y las suficientes veces, ellos cambiarán. Pensamos que las grandes compañías no están bajo control de nadie ni nada, pero en realidad ellos producen fruta para nosotros, para vendérnosla a nosotros. Y si les pedimos que cambien, cambiarán.
Por una ley contra el descarte de peces en el mar
P.- ¿Qué sistema de control de la pesca recomiendas para evitar las toneladas de animales que se devuelven al mar muertos o agonizantes?
R.- El año que viene habrá una revisión en Europa de la política común pesquera. Es muy importante. Y una de las cosas que deben tratar es la creación de un veto al descarte de peces. En la actualidad, en aguas europeas, se tira por la borda un 40-60% de lo que se pesca. En otros países como Noruega o Islandia esta práctica no está permitida. Si inventáramos el sistema desde cero para conseguir el mayor despilfarro posible, crearíamos justo el que tenemos ahora. Es completamente redundante. Todo lo que necesitamos son reservas marinas, lugares donde los peces puedan crecer y reproducirse y que funcionen como una guardería para que los pescadores de alrededor puedan hacer mayores capturas.
"Si no vamos a invertir en que se coma menos carne, al menos debemos comernos al animal entero"
P.- Las empresas deben ser transparentes sobre su producción de gases de efecto invernadero. ¿Por qué no lo son sobre la comida que tiran al contenedor?
R.- El objetivo de mi libro es descubrir el espilfarro general de comida. Si incrementas la transparencia, empiezas el camino hacia el cambio. Los gobiernos deben saber cuánto tiran sus empresas para poder controlarlo. El único país que lo hace es Noruega. Allí la gente puede sentirse orgullosa porque sus empresas malgastan mucho menos que las de los países vecinos y, además, las compañías pueden aprender entre ellas cómo reducir sus basuras alimentarias. Y el sistema alimentario resulta más eficiente. Todo el mundo gana.
P.- ¿Qué has comido estos días en Barcelona?
R.- Adoro la comida española. Lo que más me gusta es que comáis tripas, sesos, orejas... Todo. Yo podía comer todo eso cuando sacrificaba a mis cerdos, pero envidio que aquí lo tengas en cualquier bar. Es delicioso y nutritivo. En otros lugares pagan dinero para incinerarlo o convertirlo en comida para perros. ¡En un menú de Granada había tres clases diferentes de sesos!
P.- Pero a las nuevas generaciones les genera algo de repulsión...
R.- Este es otro ejemplo de cómo desconectamos de nuestra comida. La gente es feliz cuando come carne pero no quiere ver al animal. Antiguamente, la mayoría de la gente había visto cómo se sacrificaba a un animal. Ahora vamos al supermercado y está envuelto en plástico. Es simplemente carne. Puedes tener una postura sobre si es bueno o malo matar a un animal, una opinión sobre la sostenibilidad de la producción de carne en nuestra sociedad, ya que producimos demasiada. Pero si no vamos a invertir en que se coma menos carne, al menos debemos comernos al animal entero.
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